domingo, septiembre 6

wash

Me gustan las personas nubladas. Nada me cautiva más que un cielo estampado con matices grises, añadiendo alguna llovizna, sin rayos de sol, sin vientos descontrolados. Es un ambiente tranquilo, calma las ferocidades del alma, y empaña nuestros ojos con una tierna estela de nostalgia. Así mismo, existen humanos que llevan a cabo la misma función. Lo sabes porque, cuando la tormenta viene, se camuflan en el paisaje sin esfuerzo, se deleitan con la brisa que se cuela en sus inseguridades, dejan que la humedad se aferre a sus huesos, sin temor. Puedes permanecer horas y horas con ellos, y aunque la luz nunca aparezca, jamás se sentirán apocados ni consumidos. Siempre seguirán reconfortándote con los recuerdos de estíos apurados, con los primeros síntomas del otoño y del frío venideros. Septiembre despierta las personas nubladas, ocultas en verano, esperando su turno para ver las hojas marchitas caer. Puedo reconocerme como una de ellas, impaciente por la escarcha en la ventana, por la ventisca que nunca amaina.

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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.