Extendía su brazo rompiendo la corriente de aire, sacándolo de la ventana. Con la mano plana, hacía ondas invisibles en el viento, subiendo y bajando, como un avión fuera de control. La humedad de la noche envenenaba el ambiente. Las luces se movían ralentizadas. Los astros se precipitaban desde el cielo negro y daban luz a las farolas, en perfecta línea recta, en una sucesión enfermiza e infinita. Las miraba de soslayo. ¿Cuántas parejas de farolas quedaban, a ambos lados de la carretera? ¿Hacían falta dos manos, o sólo una para contarlas? El fin de aquella sucesión significaba su destino; la oscuridad. Se lamentaba. El arte durará para siempre. Los artistas no. Lo cual era un alivio, en parte.
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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.