Al fin ayer tuve mi primera clase de dibujo. La verdad es que me esperé algo más, más entretenida o algo. Duró 3 horas. ¿Qué hice? Como prueba inicial para los principiantes, me plantaron delante un caballete para dibujar, y una mesa con una caja de cartón y un cilindro. Y un palo, me dieron un palo. Querían que dibujara la caja de cartón en mi bloc. Tenía que medir las medidas con el palo, colocándome siempre en la misma postura. Ponías el palo delante, cerrabas un ojo, y cogías las medidas con la vista, y luego lo plasmabas en el papel. No podías moverte, o sino las medidas serían diferentes y lo habrías estropeado todo. Ese es el problema, que no estaba cómoda de ninguna forma, y tuve que hacer el maldito cubo unas cinco veces porque no coincidía con las proporciones en la realidad. Por Dios. Al fin, a la quinta vez, la profesora me dijo que estaba bien, y que empezara a sombrearlo. Bien, sombrear, lo que peor se me da de toda la materia del dibujo. Hice un acoplo de esperanza y empecé a sombrear suavemente. Le eché un vistazo al cubo de mi compañero. ¿Existe la perfección en palabras? Juro que se me caía la baba de ver su caja, perfectamente medida y sombreada, con un reflejo del cubo por debajo, como si estuviera encima de un espejo. Y entonces miré el mío, y quise coger el bloc y tirarlo por la ventana, pero contuve el impulso de hacerlo. Al final quedó simple, sencillo y no muy elaborado, pero la profesora me dijo que estaba muy bien para ser el primer día, y que no me preocupara, que ya mejoraría la técnica en poco tiempo, porque me vio potencial. Ja, potencial. Espero que la semana que viene hagamos algo más aparte de tirarme las tres horas rompiéndome el coco con una caja.
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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.