martes, mayo 12

sueño febril


Es una canción lúgubre de violonchelo que nunca acaba. Ojalá se rompa. Su barniz ya no es el mismo. La melodía repiquetea en el interior de mi cráneo, me persigue a todas partes, me come por dentro como un lobo hambriento. Las paredes de la casa emiten sombras, el ambiente cae por su propio peso, las cuerdas que nos atan se deshacen como si de papel se tratasen. Me abrazo las piernas, en un intento de conservar la poca luz que me queda. El sillón raído hace juego con mi existencia, gris con gris, ceniza con ceniza. Últimamente mi corazón se está ahogando más que de costumbre, supongo que el humo que corre por mis venas se está alojando en ellas. Algunos pensamientos se congelan. ¡El fuego vive! En su mirada de hielo el fuego vive. Me está quemando las ganas, a pesar de la distancia que nos une. En un intento de volver a sentir, salgo de la habitación. Nuestra convivencia se ha estado basando en un estado de depredación monótona, sin un minuto de descanso, entregándole toda parte viva de mi ser. Ya no más (aunque es tarde). No me queda nada. Buscábamos cobijo bajo los escombros del otro, buscábamos esperanza en los miedos del otro. Le gusta caminar por precipicios. A altas alturas y en mi completa dependencia de su persona, el peligro no lo rehusaba. Me llamaba a jugar. A colgar pies en el aire, a gritar al vacío inmenso y olvidado de mi alma. Él comenzó por invitarme a hacerlo, recientemente me empuja. Yo me dejaba caer, en búsqueda de algo que rompiese cadenas y recuerdos punzantes. Sólo encontré mas dolor, y sobre todo, oscuridad. Me ha hecho permanecer allí. Ya no siento. No puedo escapar, tiene todo lo que fue de mí. Escalar el acantilado no se puede hacer con tan sólo un cuerpo hueco y macilento. Prometo que en un tiempo no demasiado perdido en el olvido, fui efímera. El viento me mecía y me revolvía la risa. Ahora me atiza y me recuerda dónde me dejé mi volatilidad. Le observo. Una ola de impotencia (y una gota de repugnancia) recorre mi columna. Le amé, ¿acaso le importó?

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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.