miércoles, marzo 4

I put you through hell, don't you mind?

Parpadeaban finos rayos de luz a través de las cortinas, meciendo sin compás alguno las motas de polvo (recordaban a la antigüedad de este sentimiento, que vuelve a repetirse una y otra vez en jóvenes corazones inexpertos. La primera nostalgia). Ella le miró con una gran dosis de anhelo en los ojos, impaciente por él; por su simple persona. Tenía un plan en mente. Le comentó que le encantaba la astronomía.

    —Pero no es cualquier tipo de astronomía. La mía, es a pequeña escala. —Él la miró confuso. La astrónoma amateur le miró de reojo, intentando camuflarse con aquel ambiente de enero cálido.
    —¿A pequeña escala?

Entonces le explicó su estilo de astronomía. Ella era su satélite. Dependía completa y arbitrariamente de él (¡menuda suerte que fuese él!). Pero le explicó que no sólo era el planeta alrededor del cuál giraba. Era también su estrella, el centro de todo lo que conocía, el origen de su luz. A veces, cuando se acercaba demasiado, empezaba a arder. Pero no sentía dolor, no. Mientras estuviese cerca de su Sol, ni el dolor podía parar su trayectoria circular. Y desde que sus caminos se cruzaron, había establecido esa relación de pseudodependencia que él no conocía hasta ese momento. Ella pensaba, que qué triste era cómo dos líneas secantes sólo se cruzaban una vez en toda su existencia. Pero lo que era aún más triste, eran las líneas paralelas, que estaban siempre al lado la una de la otra, pero jamás colisionaban. Nunca. Ellos habían tenido la suerte de ser secantes. Y en aquel preciso instante, en el cuál los relojes estaban congelados, las dos líneas se encontraban en su punto coincidente. No sabían cuánto les quedaba, ni cuando habían empezado, pero lo que sí sabían es que en algún segundo de sus vidas, cada uno volvería a su propia dirección, y no se encontrarían nunca más. El único recuerdo que les quedaría, sería la forma en x que habrían creado. Y aquel pensamiento, rompía al pequeño satélite en millones de asteroides, que inconscientemente, dañaban la superficie de su amado planeta.

Ni los astros se libran de esta catástrofe. 


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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.