martes, diciembre 16

¡Vivan las serendipias!


Hoy vengo a hablar de cosas que trae el fuego de dentro y el frío de fuera, los ojos achinados por la risa, y el pelo rubio que oscurece en invierno. De hechos que descubrimos en descabelladas tardes lluviosas, al abrir los ojos para olvidar, y al abrir la puerta de tu mente para salir de ella. Encuentro precioso el hecho de llorar. Es una manifestación del corazón, una revolución, por algo que no puede concebir. Ocurre cuando las nubes que rondaban en nuestra cabeza se juntan y producen tormentas y lluvia, que resbala por nuestras mejillas. A veces escuecen los ojos. A veces escuecen al ver la verdad. He crecido con miedo al mundo y a sus miradas de insuficiencia. He crecido oculta bajo los finales felices de los cuentos de terror. Soy experta en historias de amor, en los enamoramientos pasionales, en los que se quiere morir, morir de felicidad, y también abandonar el propio ser, de tristeza. Esos amores que llegan como un ancla y nos hunden en las profundidades de nuestros océanos. Amores que te ascienden cuál carcajada por la laringe y explotan en llanto y en rímel esparcido por la almohada, sacudiendo nuestros anhelos y machacando las entrañas. Soy experta en esas historias de amor, pero cuando vivo la mía propia, no la reconozco. No me doy cuenta de la grandeza del sentimiento, que rebosa en mi corazón, y crea grietas en él por la presión. E intento adelantarme en las páginas de mi historia, ver su final. Y cuando creo que lo he leído, los párrafos desaparecen y se reescriben unos nuevos. Y todo toma otra dirección. De tanto intentar descubrir mi final y cambiar de trayectoria, he roto mi brújula. Antes me guiaba hacia él, hacia él y su fuerza de atracción. Ahora no sé a dónde voy. Ni dónde está él. No sé su lugar, se ha esfumado del mapa. Tengo el pensamiento masoquista de que puedes ser reparado por la misma persona que te rompió. Pero a veces le descubro en lo más profundo de mis sueños, y en el motivo de mis pesadillas. Tengo una mente pérfida: quise ser su cigarro. Quise engancharle, hacerle mi esclavo. Que dependiese de mí, que perdiera la cordura por mi ausencia. Provocarle una obsesión, que creciera al compás de la luna, y luego matarle poco a poco. Besarle los miedos y luego hacer que ardiera en desesperación. Prometerle una vida y darle 170 horas. Pero, en el fondo, sé que mi amor no nace del rencor. Así que, mientras no ame mi persona, no puedo entregarle mi afecto a otro. Pero, oh, qué difícil es taponar los gritos de Cupido, que sacude y crea terremotos en mi interior, al verle reír y suspirar. Si tan sólo lloviesen mares y limpiasen la catástrofes que habitan dentro de mi cráneo. Siempre he querido convertirme en la morfina de alguien, ser su cura pasajera, pero luego dejar secuelas. Que odio la playa, pero vivo enamorada con el mar. Visto con sus colores, ascendiendo tonos según se acerca el estío, pero yo siempre he preferido los oscuros. Cuántos miedos tengo, y cuántas veces he lanzado a mis personas amadas al aire para que echen a volar. Un día, todos estarán surcando los cielos, siendo infinitos, y haciendo sentir insignificantes las cosas terrenales. Y yo, seguiré asomada al precipicio, con los latidos en la garganta, el aire atrapado en los pulmones, y las ganas de saltar atadas en el estómago. De mientras que eso ocurra, me dedicaré a crear huracanes en las vidas de las personas que se acerquen a mí. No con mala intención, sino queriendo colocar todo en su lugar. ¿Piensas que el universo lucha para que dos almas estén juntas?

1 comentario :

  1. Increíble... No tengo palabras, ya que tú me has enmudecido con las tuyas... ¡ Bravo !

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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.