Supongo que, de alguna forma, me enseñaste a tener un lado insensible. Si no somos nada más que inseguridades y miedos, todo acecharía hacia nosotros. Pero no, tú me dijiste que debía aceptar las verdades que me azotaran la conciencia, los silencios que gritaban. Me revelaste que algún día, vería seres amados marchar, y si derrochaba sobre ellos una preocupación de más, el dolor sería insufrible, pues nadie vendría a remendarlo. Viviría enterrada en pequeños cortes, que junto formarían una hemorragia, suficiente para dejar entrar el tormento. Todo aquello provocado, por aquellas personas a las que cedí mi devoción incondicionalmente, y se cansaron de oír carcajadas tristes. Porque el aire que salía por mi boca se mezclaba con las palabras atrancadas en mi garganta. Un lado duro, frío y entumecido, para no sentir dolor de más. Aquello que en los cálidos atardeceres no echaba en falta, ahora es el clavo ardiente al que me sujeto.
Janvier, je t'attends.
Es una entrada preciosa, me ha conmovido. He encontrado tu blog por casualidad y me ha encantado. Me hago seguidora desde ya.
ResponderEliminarMuchos besos.
Muchas gracias, simplemente me alegras el día.
EliminarSeguiré tu blog encantada, que no se queda atrás, por cierto.
Besos, xox.