domingo, diciembre 1

Alone and blinded by the fear. [I]


Aquellos ojos que se confundían con la maleza del bosque en llamas que nos rodeaba, miraban ahogados en desesperación hacia arriba, hacia mi semblante, probablemente surcada por el terror. Me pedían ayuda, que le llevara a un lugar en donde la destrucción de nuestras personas estuviera fuera de las posibilidades. Pero mis piernas estaban congeladas, articulaciones inmóviles. El miedo me ataba a la inmovilidad, el control estaba fuera de mi alcance. Hundió su cara, comprendiendo que era imposible salvarse, en el hueco de mi cuello. Sentí como sus lágrimas me humedecían mi fría piel, haciendo que volviera a sentir de nuevo algo de calor en mi interior. Pasé mi mano temblorosa entre su cabello color pajizo, intentando transmitirle la calma que yo no poseía. Levanté la mirada. Tras la nube de vaho que procedía de mi boca, se encontraba él. Su cara estoica e iluminada por las llamas, reflejaba un miedo inconfundible, en sus ojos aguamarina se mezclaba la ira con la confusión, y se veía cómo un grito desgarrador intentaba escapar de sus entrañas. Se volvió hacia mí, pasando un brazo protector alrededor de mi espalda, y sosteniendo mi mirada con la suya, me dijo todo aquello que me deseaba decir tan sólo con el silencio. Apretó la mandíbula, los músculos de su cara se tensaron y meneó la cabeza, lamentando algo. Sentí una de sus cálidas manos en mi mejilla magullada, y secó una lágrima con el pulgar, debía de estar llorando también. Entonces, en un movimiento brusco e inesperado, fijó su mirada en la distancia, atento a algo. Con la misma rapidez, tomó mi mano y echó a correr, obligándome a seguirle. Mis pies volvieron a volar sobre la tierra, intentando no tropezar al aterrizar en ella, y volver a coger impulso otra vez. El frío del viento cortaba cómo cuchillas la piel de mis pómulos descoloridos, y al mismo tiempo que mis lágrimas se secaban, también lo hacía la corriente de sangre oscura que manaba de su frente, extendiéndose hasta el cuello. Con mi otra mano, sujetaba al pequeño que sollozaba contra mi pecho. Puede que no supiera que estaba pasando - yo tampoco estaba muy segura -, pero él podía oler, percibir el miedo. Miedo de lo desconocido, del futuro oscuro que se abalanzaba contra nosotros. Las ramas encendidas y las pequeñas casas transformándose en ceniza pasaban a una velocidad vertiginosa a nuestro lado, al igual que la noción del tiempo. Un profundo dolor se agarró fuertemente a mi esternón, haciendo que comenzara a jipiar, cuando el bosque dio paso a la infinidad del gélido océano, cuyas olas reflejaban el brillo de las estrellas. ¿No había vuelta atrás?

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Amor animi arbitrio samitur non ponitur.